Os voy a contar lo que me pasó el otro día. Soy un trabajador de la ONCE, vendo cupones, soy minusválido. Soy, lo que vulgarmente se conoce como, “cuponero”. Por las mañanas me dedico a vender por los pueblos que hay alrededor del mío. Por las tardes voy a vender cupones a un puticlub, hasta la madrugada. Así me gano el sueldo y veo cosas...
Veo a policías de paisano, que se ponen hasta arriba de farlopa y cubatas, muchos días. A policías varones, está claro. En ese lugar está reservado el derecho de admisión, y según la dirección del local, solamente pueden entrar chicas si van a trabajar. La dirección de este establecimiento tomó esta decisión por la siguiente situación: imaginaros que a una chica que no trabaje allí, se le ocurre entrar a tomar una copa, y uno de los clientes masculinos la confunde con una de las trabajadoras del local, se acerca a ella, y la empieza a meter mano... Seria una situación un poco embarazosa.
Pero el otro día, dos policías de paisano que suelen frecuentar este lugar, vinieron acompañados de una mujer policía, también de paisano. El jefe de sala del puticlub (el que se dedica a la seguridad) les dijo amablemente: Ustedes, los hombres, pueden entrar. Las mujeres no pueden entrar a menos que sea para pedir plaza.
Los policías se mosquearon mucho con la contestación y uno de los varones dijo furioso: ¿Cómo que no podemos entrar? ¡Cagüen dios! ¡Qué me conoces de venir con bastante frecuencia! ¡Qué soy el comisario!
Mientras estaba atendiendo a lo que el comisario le recriminaba, el subordinado, aprovechó para meter un puñetazo en el pecho, al jefe de sala.
El jefe de sala es un tipo musculoso y alto (un armario empotrado), que podría haberlos dado de hostias a los tres juntos si hubiera querido. Pero se cortó, pues sabia que eran policías y la que le podía caer encima por agredir a agentes de la ley y el orden. Además, ese era el último día de trabajo del jefe de sala... al día siguiente se marchaba a su país y no quería que se le truncase el viaje...
Mientras seguían siendo invitados a abandonar el local, por el extranjero, la mujer se le echo encima, con la placa de la mano, y cara a cara le dijo: ¡Qué yo no soy puta! ¡Qué soy policía! ¡Quédate con mi cara!
Una vez fuera, la discusión iba subiendo de tono, y yo también salí fuera. El comisario se percató que yo también había salido fuera, y al tiempo que me echaba una de sus miradas satánicas me dijo: ¡Tú, metete para dentro! ¡Feo! ¡Qué no quiero ver tu cara!
Yo le respondí: ¡No me da la gana! ¡Estoy trabajando!
Entonces se acercó a mi, me empujó contra la pared y me repitió que me metiera para dentro. Luego se acercó el subordinado y le dijo: Déjale que es cuponero...
El extranjero me dijo de buenas formas: Métete.
Y yo metí.
Pasados unos minutos, los dos subordinados se fueron, pero el comisario entró en el club. Para su desahogo se pidió un cubata de ron con naranja. Sus amigas del local se acercaron a él, para saludarle y sacarle unas copitas, como ya las tiene acostumbradas. Él, aún con mirada satánica, las contaba que no se podía creer lo que le había sucedido, siendo bien conocido por los trabajadores del local y, aún mas importante, sabiendo que es comisario de la policía.
Mientras tanto, las chicas, toman que toman y ríen que ríen... y el comisario, paga que paga. Hasta que, para su desahogo casi total, subió a “dormir la mona”, que se había pillado, con una de sus amigas.
Justamente, el día anterior, vi a un señor alto invitando a copas a las chicas. Y yo como buen vendedor, me dije: Este tiene pasta. Me voy a acercar a ofrecerle un cupón.
Me dirigí a él y le dije: Hola, buenas noches. ¿Algún cupón, caballero?
Y él, con su voz trabada por el consumo masivo de alcohol, me respondió: YO NO JUEGO A ESO.
Dije “vale”, y mientras me iba, las chicas me llamaron y le dijeron al señor: Cómprale algo al chico.
Y las chicas, tengo confianza con ellas, me cogieron una tira de diez y se la dieron a él. Mientras me abonaba los cupones, volvió a decir “yo no juego a eso”, y regaló los cupones a las chicas.
Imaginaos la sorpresa que me llevé al día siguiente, cuando me enteré que, este tipo, era comisario.
Veo a policías de paisano, que se ponen hasta arriba de farlopa y cubatas, muchos días. A policías varones, está claro. En ese lugar está reservado el derecho de admisión, y según la dirección del local, solamente pueden entrar chicas si van a trabajar. La dirección de este establecimiento tomó esta decisión por la siguiente situación: imaginaros que a una chica que no trabaje allí, se le ocurre entrar a tomar una copa, y uno de los clientes masculinos la confunde con una de las trabajadoras del local, se acerca a ella, y la empieza a meter mano... Seria una situación un poco embarazosa.
Pero el otro día, dos policías de paisano que suelen frecuentar este lugar, vinieron acompañados de una mujer policía, también de paisano. El jefe de sala del puticlub (el que se dedica a la seguridad) les dijo amablemente: Ustedes, los hombres, pueden entrar. Las mujeres no pueden entrar a menos que sea para pedir plaza.
Los policías se mosquearon mucho con la contestación y uno de los varones dijo furioso: ¿Cómo que no podemos entrar? ¡Cagüen dios! ¡Qué me conoces de venir con bastante frecuencia! ¡Qué soy el comisario!
Mientras estaba atendiendo a lo que el comisario le recriminaba, el subordinado, aprovechó para meter un puñetazo en el pecho, al jefe de sala.
El jefe de sala es un tipo musculoso y alto (un armario empotrado), que podría haberlos dado de hostias a los tres juntos si hubiera querido. Pero se cortó, pues sabia que eran policías y la que le podía caer encima por agredir a agentes de la ley y el orden. Además, ese era el último día de trabajo del jefe de sala... al día siguiente se marchaba a su país y no quería que se le truncase el viaje...
Mientras seguían siendo invitados a abandonar el local, por el extranjero, la mujer se le echo encima, con la placa de la mano, y cara a cara le dijo: ¡Qué yo no soy puta! ¡Qué soy policía! ¡Quédate con mi cara!
Una vez fuera, la discusión iba subiendo de tono, y yo también salí fuera. El comisario se percató que yo también había salido fuera, y al tiempo que me echaba una de sus miradas satánicas me dijo: ¡Tú, metete para dentro! ¡Feo! ¡Qué no quiero ver tu cara!
Yo le respondí: ¡No me da la gana! ¡Estoy trabajando!
Entonces se acercó a mi, me empujó contra la pared y me repitió que me metiera para dentro. Luego se acercó el subordinado y le dijo: Déjale que es cuponero...
El extranjero me dijo de buenas formas: Métete.
Y yo metí.
Pasados unos minutos, los dos subordinados se fueron, pero el comisario entró en el club. Para su desahogo se pidió un cubata de ron con naranja. Sus amigas del local se acercaron a él, para saludarle y sacarle unas copitas, como ya las tiene acostumbradas. Él, aún con mirada satánica, las contaba que no se podía creer lo que le había sucedido, siendo bien conocido por los trabajadores del local y, aún mas importante, sabiendo que es comisario de la policía.
Mientras tanto, las chicas, toman que toman y ríen que ríen... y el comisario, paga que paga. Hasta que, para su desahogo casi total, subió a “dormir la mona”, que se había pillado, con una de sus amigas.
Justamente, el día anterior, vi a un señor alto invitando a copas a las chicas. Y yo como buen vendedor, me dije: Este tiene pasta. Me voy a acercar a ofrecerle un cupón.
Me dirigí a él y le dije: Hola, buenas noches. ¿Algún cupón, caballero?
Y él, con su voz trabada por el consumo masivo de alcohol, me respondió: YO NO JUEGO A ESO.
Dije “vale”, y mientras me iba, las chicas me llamaron y le dijeron al señor: Cómprale algo al chico.
Y las chicas, tengo confianza con ellas, me cogieron una tira de diez y se la dieron a él. Mientras me abonaba los cupones, volvió a decir “yo no juego a eso”, y regaló los cupones a las chicas.
Imaginaos la sorpresa que me llevé al día siguiente, cuando me enteré que, este tipo, era comisario.
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